martes, 29 de noviembre de 2011

Luis Cueto

El buelo

En el país de los antiguos manzanos tenían una medida que se llamaba buelo. El buelo medía la distancia de la tumba donde uno yacía al lugar de tu nacimiento. Esta medida decía tantas cosas y tan pocas al mismo tiempo, que dejó de usarse para tratar de expresarla con innumerables cifras y simbologías. Así todo se hizo más difícil con el paso del tiempo, y medidas como la cantidad de lágrimas derramadas en tu entierro, la cantidad de gente que se pelea por lo que dejaste, el ancho de las suelas de tus zapatos al morir o índices tan complicados como las veces que alguien deseó que mueras sobre la cantidad de risas que le arrancaste a una mujer; fueron sustituyendo al buelo.

El buelo era una medida soñadora, dejaba pensado a los niños en los lugares donde los pies de sus padres habían estado, lo mucho que la madeja de la vida los había alejado del camastro donde la partera les dio su primera paliza, el enredoso rastro que dejaron sus pisadas tratando de encontrar el mejor lugar donde morir. Y es que a diferencia de las tremendas significancias de las medidas actuales, el buelo sólo servía para mirar a través de las lágrimas de los deudos con un poquito menos de pena. Y cuando el dolor aún los saboreaba, se remangaban las camisas pardas y cinta negra, mapas y lápices en mano iban a la búsqueda del buelo de su muerto, para que con rigurosas letras negras, sea escrito lo más rápido posible en su lápida.

El buelo hubiera dicho tantas cosas de mí.

Apacibles días los del buelo en el maravilloso y lejano país de los manzanos.