sábado, 3 de noviembre de 2012

dios necesita otro nombre


Algunos tenemos peleas simples, otros complejas, algunos no peleamos.

No puedo negar que estaba entre la alucinación y la ironía de amores perdidos teniéndolos todos a la mano, el hecho de la abstinencia no contaba por el momento  porque claramente me encontraba en una ciudad del Medio Oriente con sus conflictos a media calle y turbantes que siempre los veía por la Tv. El cómo haber llegado hasta esta parte del mundo pertenece  a la alucinación, a algún amor perdido o a esa abstinencia que te hace tomar el primer vuelo que tengas para huir.

Caminaba, eso sí, con desconocimiento de causa y con la mirada perpleja de un tiburón comido por delfines blancos. Blancos  porque, aunque atardecía, el reflejo de las paredes aún me enceguecía gratuitamente por mi percepción contaminada por el cine Norteamericano.

Camine bastante tiempo como para salir de ese reflejo y de paso  entrar a la noche de esta ciudad que aún desconocía. Entre a una  zona más desierta  y caótica, no por personas tirando granadas o bombas molotov, sino por piquetes hechos por los restos de automóviles y casas derruidas que se veían por esta zona. Me senté frente a una inmensa puerta de dos alas de metal a la que le continuaban un   largo muro por ambos lados y torretas  con soldados cada treinta metros. La puerta era resguardada por soldados  con los ojos crispados por la obligación de estar despiertos. Me senté ahí porque pensaba que ahí estaría  más seguro en la noche de esta ciudad.

Me senté a prudente distancia – la prudencia no es uno de mis atributos -  y dormí cuanto pude – dormir no es otro de mis atributos -. Al escuchar ruidos de lata comprimida  desperté. Un tanque venia y  pasaba por encima los piquetes  sino los barría a profundidad. Pensé por un momento mi mala elección, pero al darme cuenta que nadie de la puerta ni de las torretas le parecía extraño sólo  me dedique a ver como se abría paso  hasta que llegó a las puertas de ese cuartel.

El tanque se detuvo en las puertas del cuartel.  Se abrió una escotilla y salieron tres  soldados, generales, capitanes, que sé yo, pero estupendamente vestidos y limpios para estar en un tanque. Cómo yo supiera como debe ir  uno dentro de un tanque.  No escuche exactamente que dijeron, pero abrieron otra escotilla y de ella uno de los soldados de la puerta, mal vestido y sucio saco un pequeño bulto que cuando lo tiro al suelo pude ver que era un niño.

Me acerque sin cautela, o con esa cautela del tiburón que quiere escapar  de los delfines y  va a otro lugar mas peligroso para que lo anterior le parezca  un poco más lógico. Les increpe a los  tres oficiales, ahora creía que lo eran, a cierta distancia. El soldado sucio se me acercó, saco su revolver y me encañono en el cuello. Algo salió de  la boca de uno de los oficiales, el más distinguido por cierto, y el soldado bajo el arma. “Pidió un aventón” me dijo con naturalidad y con un extraño acento, un acento que nunca lo había escuchado en las películas Norteamericanas, “quería ir  a su escuela, que queda cerca a aquí, si usted  desea lo puede llevar”.

No pensé, no dude, porque tampoco lo razone. Cogí al niño, cuando le iba a cargar no lo permitió, pero me dio la mano y caminamos sin voltear. Imaginaba la imagen en que todos nos observaban pero el ruido del tanque al avanzar me la quito.

Mire al niño a la cara y al cuerpo, note que no tenia algo que indicara que  fue golpeado, por lo menos eso parecía, así que supuse que era más susto. Levanto la mano  y después el dedo y seguí por donde me indicaba hasta que llegamos a un puerta enrejada. El paso  por una pequeña abertura que el mismo hizo al empujar. Espere que salga alguien para explicar lo que había pasado, pero sólo escuchaba murmullos. Di un paso atrás cuando estos se convirtieron en gritos y corrí cuando escuche que se acercaban.

Corrí tanto como pude por esas calles angostas por las que pensaba ocultarme, pero no los perdía. El tiburón es un animal, yo soy un animal y el delfín es un animal. Y uno de esos animales me llamo, estaba tendido en el piso tapado por una frazada hasta la cara y me dijo que me tapara, olía a alcohol, a noches sin sueño y marcadamente  a limpieza debajo de la frazada.  Los hombres pasaron, pasaban. Dormí.

Al despertar él me abrazaba. Lo empuje en un afán puramente inquisitorial a mi sexualidad. Que te pasa, me dijo. Lo reconocí o reconocí en esa voz  a mi amigo Julio Cesar. No lo había visto por años por rencillas que no vienen al caso – los tiburones cobardes se comen entre ellos-, era un gusto reconocerlo en la voz, y ahora reconocerlo  en su viejas facciones. Habíamos tomado vuelos diferentes y  su vuelo, probablemente, ayudo a que me salvara la vida.

Confié en lo confundido que estaba. Él me miro comprensivo y me dijo “Quieres conocer  a Loriga”. El escritor ese, el que leímos en nuestra juventud. Ese mismo. Se levantó dejando caer la frazada sobre mí y tal como lo imaginaba por el olor vestía limpio, con un mono limpio en este caso, se agacho y cogió de un lado un casco de color naranja y se lo puso en la cabeza.

Caminábamos por una calle muy parecida a nuestro antiguo Perú, es decir a nuestra antigua ciudad, es decir, no había piedra sobre piedra. Me hizo pasar a una construcción de un piso donde sin mucha fanfarria paso entre muchas personas con mamelucos, ternos, o ropa casual, eso si, todos con casco, que estaban sentados en bancas de madera, hasta llevarme donde estaba él. Arquitecto Loriga,  le presento a un admirador de su obra. No era lo que me esperaba, o no era el tipo que  veía en las fotos de sus libros. Este era de espaldas anchas, pecho robusto, algo bajo para mi entender del tipo europeo, cara ancha, bigote tupido, pelo crespo y entrecano, me hacia recordar al pintor cusqueño Richard Peralta que pintaba seres alados en conflictos humanos y por ahí había un tiburón también creo, de ahí tal vez me vino la metáfora de los tiburones, aunque recién pensé en ello al ver al nuevo Loriga hecho arquitecto en el Medio Oriente.

Me recibió sonriente y me dio una cerveza presentándome a su mujer, que sí no fuera tan joven diría que era Chistina Rosenvinge. Por el momento todo estaba bien, hasta había olvidado que  por esta ciudad  me buscaban para hacerme daño o matarme, pero hay momento en que gente así, y gente así las hay en todas partes, que decide  ya no mas bebida para algunos, y ese fui yo.

Cogí del saco a mi amigo JC, que se había puesto encima del mono, y le dije que me sacara de ahí, que vayamos a beber como en los viejos tiempos, cuando ninguno había tomado ningún vuelo.

En la calle me recrimino no haberme despedido de nadie y más del arquitecto Loriga, y de su mujer de buen coño, como decía él. En fin, también como decía él, caminamos abrazados por la calle donde no quedaba piedra sobre piedra, más por vejez que por amistad hasta que otra vez se corto la señal.

Recobre la lucidez en un auditorio repleto de gente, donde el escenario era el único lugar iluminado. Una expositora delgadísima hablaba de una conjura, conspiración o algo símil,  de la cual estaba  enterado por la atención que prestaba. Hacia de Angela Lansbury en la Dra. Flechert, pero esta era delgadísima y alguna vez joven. Se parecía… se parecía… era Chistina Rosenvinge.

Declaraba sobre una cuestión de culpabilidad haciendo un alegato científico incomprensible  por mi confusión o por mi falta de saber. Escuchaba atentamente, hasta que ella paro.

-         -  Así que la culpable, la que lo mató, la que lo convirtió en agua  – dijo pausadamente Christina – fue ¡Ella!- señalando donde me sentaba.

Por un momento pensé haberme convertido en mujer... hasta que alguien detrás de mi asiento grito repetidas veces señalando hacia adelante : ¡Es mentira! Mire a donde a donde señalaba y pude vislumbrar un casco. Me pare y saque no sé de donde una linterna, que al parecer la tenia lista en las manos y señale con ella.

-          - ¡Ahí esta Loriga!

Me espante al verlo. No era Loriga. Era Mulder , David Duchovny.  Por debajo del casco le caía agua y se cerraban sus ojos precipitadamente. Atrás sentí  una mano que me tocaba el hombro y sentí las palabras en mi interior: Todo está perdido, amor.

La aparte de un empujón. Ella cayo,  y grite como loco: ¡Todos están locos!, varias veces.

Hasta que del lado de Mulder, alguien alumbro con su linterna directamente hacia mi cara. Al deslumbrarme, calle.

-         -  ¡El único loco aquí, eres tú!- Era la voz de Julio Cesar.

OOOOOO
SSSSSSS
CCCCCC
UUUUUU
RRRRRR
OOOOOO


Mi consultorio.

Un paciente pasa.

Tengo un fuerte dolor de cabeza pero igual pienso atenderle.

Es canoso y de lentes,  se pone tras mío y le digo que tome asiento y yo me  siento tras el escritorio, pero al sentarme no esta. Siento alguien detrás , siento su aliento, volteo y no hay nadie, otra vez esta tras mío, volteo y no ahí nadie, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo…

…otro vuelo.



(1º RELATO DE LA SERIE CUENTOS PSICOCUANTICOS  O  CUANTICOS, SIMPLEMENTE)