Algunos tenemos peleas simples, otros complejas, algunos no
peleamos.
No puedo negar que estaba entre la alucinación y la ironía
de amores perdidos teniéndolos todos a la mano, el hecho de la abstinencia no
contaba por el momento porque claramente
me encontraba en una ciudad del Medio Oriente con sus conflictos a media calle
y turbantes que siempre los veía por la Tv. El cómo haber llegado hasta esta
parte del mundo pertenece a la
alucinación, a algún amor perdido o a esa abstinencia que te hace tomar el
primer vuelo que tengas para huir.
Caminaba, eso sí, con desconocimiento de causa y con la
mirada perpleja de un tiburón comido por delfines blancos. Blancos porque, aunque atardecía, el reflejo de las
paredes aún me enceguecía gratuitamente por mi percepción contaminada por el cine
Norteamericano.
Camine bastante tiempo como para salir de ese reflejo y de
paso entrar a la noche de esta ciudad que aún desconocía. Entre a una zona más desierta y caótica, no por personas tirando granadas o
bombas molotov, sino por piquetes hechos por los restos de automóviles y casas
derruidas que se veían por esta zona. Me senté frente a una inmensa puerta de
dos alas de metal a la que le continuaban un
largo muro por ambos lados y torretas
con soldados cada treinta metros. La puerta era resguardada por
soldados con los ojos crispados por la
obligación de estar despiertos. Me senté ahí porque pensaba que ahí estaría más seguro en la noche de esta ciudad.
Me senté a prudente distancia – la prudencia no es uno de mis
atributos - y dormí cuanto pude – dormir
no es otro de mis atributos -. Al escuchar ruidos de lata comprimida desperté. Un tanque venia y pasaba por encima los piquetes sino los barría a profundidad. Pensé por un
momento mi mala elección, pero al darme cuenta que nadie de la puerta ni de las
torretas le parecía extraño sólo me
dedique a ver como se abría paso hasta que llegó a las puertas de ese
cuartel.
El tanque se detuvo en las puertas del cuartel. Se abrió una escotilla y salieron tres soldados, generales, capitanes, que sé yo,
pero estupendamente vestidos y limpios para estar en un tanque. Cómo yo supiera
como debe ir uno dentro de un
tanque. No escuche exactamente que
dijeron, pero abrieron otra escotilla y de ella uno de los soldados de la
puerta, mal vestido y sucio saco un pequeño bulto que cuando lo tiro al suelo
pude ver que era un niño.
Me acerque sin cautela, o con esa cautela del tiburón que
quiere escapar de los delfines y va a otro
lugar mas peligroso para que lo anterior le parezca un poco más lógico. Les increpe a los tres oficiales, ahora creía que lo eran, a
cierta distancia. El soldado sucio se me acercó, saco su revolver y me encañono
en el cuello. Algo salió de la boca de
uno de los oficiales, el más distinguido por cierto, y el soldado bajo el arma.
“Pidió un aventón” me dijo con naturalidad y con un extraño acento, un acento
que nunca lo había escuchado en las películas Norteamericanas, “quería ir a su escuela, que queda cerca a aquí, si usted desea lo puede llevar”.
No pensé, no dude, porque tampoco lo razone. Cogí al niño,
cuando le iba a cargar no lo permitió, pero me dio la mano y caminamos sin
voltear. Imaginaba la imagen en que todos nos observaban pero el ruido del
tanque al avanzar me la quito.
Mire al niño a la cara y al cuerpo, note que no tenia algo
que indicara que fue golpeado, por lo
menos eso parecía, así que supuse que era más susto. Levanto la mano y después el dedo y seguí por donde me
indicaba hasta que llegamos a un puerta enrejada. El paso por una pequeña abertura que el mismo hizo al
empujar. Espere que salga alguien para explicar lo que había pasado, pero sólo
escuchaba murmullos. Di un paso atrás cuando estos se convirtieron en gritos y corrí
cuando escuche que se acercaban.
Corrí tanto como pude por esas calles angostas por las que
pensaba ocultarme, pero no los perdía. El tiburón es un animal, yo soy un
animal y el delfín es un animal. Y uno de esos animales me llamo, estaba tendido
en el piso tapado por una frazada hasta la cara y me dijo que me tapara, olía a
alcohol, a noches sin sueño y marcadamente
a limpieza debajo de la frazada.
Los hombres pasaron, pasaban. Dormí.
Al despertar él me abrazaba. Lo empuje en un afán puramente
inquisitorial a mi sexualidad. Que te pasa, me dijo. Lo reconocí o reconocí en
esa voz a mi amigo Julio Cesar. No lo
había visto por años por rencillas que no vienen al caso – los tiburones
cobardes se comen entre ellos-, era un gusto reconocerlo en la voz, y ahora
reconocerlo en su viejas facciones.
Habíamos tomado vuelos diferentes y su
vuelo, probablemente, ayudo a que me salvara la vida.
Confié en lo confundido que estaba. Él me miro comprensivo y
me dijo “Quieres conocer a Loriga”. El
escritor ese, el que leímos en nuestra juventud. Ese mismo. Se levantó dejando
caer la frazada sobre mí y tal como lo imaginaba por el olor vestía limpio, con
un mono limpio en este caso, se agacho y cogió de un lado un casco de color
naranja y se lo puso en la cabeza.
Caminábamos por una calle muy parecida a nuestro antiguo
Perú, es decir a nuestra antigua ciudad, es decir, no había piedra sobre
piedra. Me hizo pasar a una construcción de un piso donde sin mucha fanfarria
paso entre muchas personas con mamelucos, ternos, o ropa casual, eso si, todos
con casco, que estaban sentados en bancas de madera, hasta llevarme donde
estaba él. Arquitecto Loriga, le
presento a un admirador de su obra. No era lo que me esperaba, o no era el tipo
que veía en las fotos de sus libros. Este
era de espaldas anchas, pecho robusto, algo bajo para mi entender del tipo
europeo, cara ancha, bigote tupido, pelo crespo y entrecano, me hacia recordar
al pintor cusqueño Richard Peralta que pintaba seres alados en conflictos
humanos y por ahí había un tiburón también creo, de ahí tal vez me vino la
metáfora de los tiburones, aunque recién pensé en ello al ver al nuevo Loriga
hecho arquitecto en el Medio Oriente.
Me recibió sonriente y me dio una cerveza presentándome a su
mujer, que sí no fuera tan joven diría que era Chistina Rosenvinge.
Por el momento todo estaba bien, hasta había olvidado que por esta ciudad me buscaban para hacerme daño o matarme, pero
hay momento en que gente así, y gente así las hay en todas partes, que
decide ya no mas bebida para algunos, y
ese fui yo.
Cogí del saco a mi amigo JC, que se había puesto encima del
mono, y le dije que me sacara de ahí, que vayamos a beber como en los viejos
tiempos, cuando ninguno había tomado ningún vuelo.
En la calle me recrimino no haberme despedido de nadie y más
del arquitecto Loriga, y de su mujer de buen coño, como decía él. En fin,
también como decía él, caminamos abrazados por la calle donde no quedaba piedra
sobre piedra, más por vejez que por amistad hasta que otra vez se corto la
señal.
Recobre la lucidez en un auditorio repleto de gente, donde
el escenario era el único lugar iluminado. Una expositora delgadísima hablaba de
una conjura, conspiración o algo símil,
de la cual estaba enterado por la
atención que prestaba. Hacia de Angela
Lansbury en la Dra. Flechert,
pero esta era delgadísima y alguna vez joven. Se parecía… se parecía… era Chistina Rosenvinge.
Declaraba sobre una cuestión de culpabilidad haciendo un
alegato científico incomprensible por mi
confusión o por mi falta de saber. Escuchaba atentamente, hasta que ella paro.
- - Así que la culpable, la que lo mató, la que lo
convirtió en agua – dijo pausadamente Christina
– fue ¡Ella!- señalando donde me sentaba.
Por un momento pensé haberme convertido en mujer... hasta que
alguien detrás de mi asiento grito repetidas veces señalando hacia adelante :
¡Es mentira! Mire a donde a donde señalaba y pude vislumbrar un casco. Me pare
y saque no sé de donde una linterna, que al parecer la tenia lista en las manos
y señale con ella.
- - ¡Ahí esta Loriga!
Me espante al verlo. No era Loriga. Era Mulder , David Duchovny. Por debajo del casco le caía agua y se
cerraban sus ojos precipitadamente. Atrás sentí
una mano que me tocaba el hombro y sentí las palabras en mi interior:
Todo está perdido, amor.
La aparte de un empujón.
Ella cayo, y grite como loco: ¡Todos
están locos!, varias veces.
Hasta que del lado
de Mulder, alguien alumbro con su linterna directamente hacia mi cara. Al
deslumbrarme, calle.
- - ¡El único loco aquí, eres tú!- Era la voz de
Julio Cesar.
OOOOOO
SSSSSSS
CCCCCC
UUUUUU
RRRRRR
OOOOOO
Mi consultorio.
Un paciente pasa.
Tengo un fuerte dolor de cabeza pero igual pienso atenderle.
Es canoso y de lentes,
se pone tras mío y le digo que tome asiento y yo me siento tras el escritorio, pero al sentarme
no esta. Siento alguien detrás , siento su aliento, volteo y no hay nadie, otra
vez esta tras mío, volteo y no ahí nadie, aliento, volteo, aliento, volteo,
aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento,
volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo,
aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento,
volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo,
aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento,
volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo, aliento, volteo…
…otro vuelo.
(1º RELATO DE LA SERIE CUENTOS PSICOCUANTICOS O
CUANTICOS, SIMPLEMENTE)