sábado, 16 de agosto de 2008

Rodi Pisstol


Que ninguna niña solita te aborde en el under.

- De mis sueños.

- Y dønde estuviste en tus sueños!?

- En un lugar muy lejano. Un lugar que se llama Aisong.

- Aisong?, y... eso dønde queda!? En... China? o en...

- No soñé con China, ni mis amigos son chinos.

- Cuáles amigos!?

- Los que me llevan en mis sueños.

- Oye Bibiana, yo creo que tus amigos sølo están en tu cabeza; además cømo va a ser posible que puedas traer algo de tus sueños, y encima... que yo lo esté viendo!!

- Sí; ya lo sabía, siempre pensé que no me creías, que sølo me seguías —como quien dice-; la corriente.

- Bibiana, yo te creo; oye, en serio. Sølo que es... algo difícil de aceptar no?; es solamente eso.

- No me importa lo que digas. Un dia me iré y no me vas a volver a ver en tu vida.

- Bueno, me dejas tu dirección quieres? Al menos para escribirte...

- Adonde voy a ir tus cartas jamás llegarían.

- Ya. Pero se positiva Bibiana; hay internet..., haré señales de humo... lasergramas, o en todo caso contrataré un transbordador de la NASA y...

- Y sigues burlándote, sigues burlándote de mí.

- No, no...; en serio Bibian...

Se levantø enojada (y delgadita) dejándome con su nombre sin terminar en la boca. Se vistiø rápidamente y estrellando la puerta se fue de la habitaciøn. Yo estaba seguro que sería inevitable saber de ella nuevamente, además; yo necesitaba verla, pero ojalá -si hubiera sido posible- ya sin las tonterías que inventaba a sus trece años.

Era media mañana? o mediodía? o demonios! -para qué saberlo. Regresamos a no sé qué hora del centro y yo estaba todavía con la cabeza en ninguna y en muchas partes. La revolution party fue intensa, hubo acelerantes de todos los colores como aquella buena noche en el Lünars Club cuando la conocí. Y entonces estaba ahí, aletargado, en la cama, y de pronto con toda aquella presión intactable apoyándose sobre mis hombros hasta casi ahogarme. De pronto y de golpe, en medio segundo me sentí más liviano, como dilatado, inestable en el vaivén de mis percepciones; era como si faltara algo en mí o en esa habitación que ahora no recordaba —tan pulcra, con muros y techo y piso como de fibra o algún plástico o metal, con algún tipo de textura que no había visto nunca. Caí de esa especie de cama, me arrastré zigzagueante hacia la ventana durante un largo minuto, un minuto negro como el que se experimenta cuando se ingresa a lugares de gravedad cero. Un círculo azul claro se alejaba en un profundo y oscuro vacío salpicado de infinitos puntos blancos. Como en un mapa virtual de nuestro sistema que ví en el planetario hace ya mucho, mucho tiempo.

R. Pisstol. Arequipa, 1998? 1999?

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