domingo, 25 de octubre de 2009

Lena

Espina


La soledad es como el óxido. Pero el amor, el amor es ominoso.


El primero perdió la cabeza. La arrojo sobre mi cuerpo con todo el peso del amor y el talento del desdeño. Se culpo en mi pecho hasta asfixiarnos. Se voló los sesos y el alma de un solo impacto cuando desatinaba su infusión … y yo tuve que ver todo eso.


Al segundo no lo recuerdo, era muy lindo y poco listo. Desesperado y sensible hasta los huesos. Yo solo caté.


El tercero podía oler mi miedo, podía resignarse a mi espanto y tratar sutilmente de matarme, con encanto, con tanto celo. Y hasta prender mis pedazos acres en su peludo vientre, chuparle la sangre hasta dejarlo sin razón alguna más que el exceso.


Su manera alarmada de conquistar, su furia azul frío insinuaban mi retorcer, mi primor. Me congeló hasta el final.


El cuarto era el cliché pervertido con la mirada más ardiente, él tenía fuego, fuego en su torso, cielo en la espalda, alguien tan ilegible que no podía corromper hasta obstinar, ni provocar morir. Osado como el sol, aburrido como el pop.


-Y el otro?


No, de ese no hablo. De ese ……$%&”¿¡

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