lunes, 3 de noviembre de 2008

Juan de los Pensamientos

El Cielo es una Palabra Azul

El hombre como de costumbre abre los ojos despacio. Es temprano aún, pero no está en su cama. Es duro, duele. Trata de levantarse, es inútil. Reconoce el cielo, es el mismo, en cualquier lugar, el cielo es el mismo. Se oye un rumor de aguas. Abajo hay un río. Otra vez duele. Es inhóspito. Trata de ver con los dedos. Toca el piso, tantea cada centímetro que alcanza. Adoquines, se dice. Suenan las aguas infinitas. Un coche pasa. Sigue de frente y coloca una velocidad más baja. Seguramente es muy temprano, las calles cercanas al río siempre son muy transitadas. Es temprano, pero exactamente… no, no lleva reloj. Revisa por segunda vez su muñeca derecha. Lo ha perdido. El sol no aparece aun. ¿Donde diablos estoy?, se pregunta. No logra levantarse tampoco ahora. El cielo inmutable parece un castigo. Una ráfaga de luz amarilla aparece de pronto desde un costado. Otro automóvil. Baja una marcha antes de desaparecer con su luz y su motor ligero. Adelante definitivamente hay un bache o sólo tal vez una esquina, piensa.

El hombre trata de levantarse por tercera vez, éste intento resulta funesto. Le duelen como nunca le hubieron dolido muchos huesos. Es una sensación horrible. Recuerda unas patadas bestiales. Se toca el vientre. El dolor ahora es superior al que sintió hace poco. Siente ganas de vomitar y vomita. Apenas puede voltear el rostro. El vómito es marrón, indicios de ron y gaseosa oscura. Trata de recordar más. El oído derecho pierde potencia. Pasa otro coche y solo es capaz de sentirlo con el oído izquierdo. Su cuerpo al parecer empieza a desarmarse, como si estuviese construido de legos color carne. El oído izquierdo se agudiza, escucha al auto bajar una velocidad antes de toparse con el obstáculo de más adelante. Cierra los ojos y despierta. Está en el mismo lugar, en realidad ha despertado hace mucho. Solo quería creer que era una pesadilla. Despierta, despierta, despierta. Solo puede mover las manos y antebrazos. Intenta con las piernas. Puede mover el pie derecho. Siente que lo está moviendo, no es capaz de levantar el cuello y verificar que lo mueve. Definitivamente no puede mover el otro pie, no siente siquiera que se mueva en su imaginación. Mueve el pie derecho al ritmo de Strauss. El cielo muta entre azules distintos, infinitos. Recuerda haber vomitado. Tiene dudas. Se convence. Si, vomitó hace poco. Nunca logró observar el color de lo que arrojaron sus entrañas. Pero supuso que era oscuro, marrón. En realidad el olor lo indujo a ésa alternativa que acabo creyendo. El olor del ron con cola oscura está grabado en la zona VIP de su cerebro. Papá era alcohólico y acababa de morir. Es cierto, se dice. Trata de recordar más. No puede. El cielo es una palabra azul. Tiene que ser así. Hay pocas nubes. El rumor del río continúa infatigable. No acrecienta ni disminuye su marcha, es como alguien conduciendo sobre una autopista tan larga como aburrida. Aparecen dos pájaros, pasaron sobre su cabeza. Trató de seguirlos, los ojos son lentos. La mano es más rápida que la vista, dicen los timadores. Eran tortolitas, se dice, ellas siempre vuelan juntas y tristes. Tristes y juntas.

El hombre como de costumbre intenta respirar. Pero ésta vez es diferente. Los pulmones nunca habían sonado de tal manera. Hace algunos instantes sintió algo húmedo, viscoso, justo debajo de él. Se desmayó entonces y al despertar quiso creer que era chocolate. Le duele todo. No puede levantarse. Le encanta el chocolate. Respira dificultosamente. Quizás esté empapado en su propia sangre, que ahora es viscosa. Quizás. No tiene la certeza de que sea sangre, lo supone. Tampoco tiene la certeza de estar tirado sobre una calle de adoquines, lo supone. Tampoco tiene la certeza de estar muriendo, lo supone.

De lo que sí está seguro: Hay un río más abajo, el cielo es azul y las nubes se mueven más rápido de lo que siempre imaginó. También está la posibilidad de haberse quedado sordo del oído derecho, si tuviera que apostar, apostaría que está lleno de vomito, de ron con cola oscura.

El hombre como de costumbre recuerda que es un hombre malo. Recorre con la mano derecha el pecho. Descubre un agujerito que rebalsa chocolate. Mentira. El río acelera de pronto, es época de lluvias, es normal que ahora aumente una o dos marchas a su ritmo habitual. Un coche más pasa, baja un cambio y desaparece. El oído izquierdo se ha fortalecido, como si hubiese atrapado tiranamente toda la energía que al otro oído le pertenece. Tararea el Danubio Azul, el vals de los valses. Recuerda la boda de su hermana. Recuerda a su padre aparecer borracho y echarlo a perder todo, justo cuando bailaban el Danubio Azul. Recuerda comprar el veneno, en una agropecuaria. Los ambulantes siempre estafan. Recuerda verterlo en la botella descartable de dos litros, llena de cañazo. Recuerda el entierro de papá y unos cuantos vecinos. En los entierros también debería sonar Strauss se dice.

Recuerda la noche anterior. El sol de pronto se apaga. No, son solo las seis de la mañana. Los postes niegan su luz siempre a esa hora. Recuerda el ron con cola oscura despachado en una bolsa negra, premonitoria. Una confesión que no tuvo que ser confesada. Se me escapó, se dice. Aparece un hombre, ebrio y llorando dice. “Tu mataste a mi viejo”.

La tregua acaba, las patadas se suceden una a una. Continuan. El cielo es una palabra azul, como el Danubio ése.

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