Pistolas (de juguete) y coches bomba (de verdad).
Me expulsaron por una semana y llamaron a mis padres. Mi padre no pudo ir y mi madre faltó al trabajo por ir. Le dijeron muchas tonterías y también que probablemente iba a disparar. Después de eso la chica ya no quiso verme. Tenía catorce años y yo soñaba todas las tardes con el precioso agujero en su culo de catorce años.
No había nadie. Nisiquiera un perro. O todos dormían y el timbre no funcionaba. O talvez era simplemente muy temprano para un día tan especial. Juro que iba a contarle mi sueño y ver cómo quedaba nuestra relación después de eso.
En Año Nuevo todos nos peleamos un poco como para no perder la costumbre. En el almuerzo el aire estaba tan denso como el puré de manzanas junto a la chuleta de cerdo. A media tarde alguien gritó reclamando que alguien se había comido demasiado durazno en almíbar. Pero nadie reclamó por mí. Nadie me preguntó cómo me sentía.
Dos días después pusieron un coche bomba frente a un banco y casi le dan. Lograron detectarlo, y desactivarlo; justo a tiempo.
Desde más antes ya eran muy escasas las alegrías.
A finales de los ochenta las bombas estallaban por todas partes y el rock subterráneo estallaba y yo estaba en medio de todo eso. Era parte del equilibrio estratégico. En las cárceles mataban por cientos y yo cerraba puertas y ventanas a las noticias en la noche. El asunto es que llegó un tiempo en el que yo estaba frecuentemente jodido. Tenía aquella sensación extraña. Como cuando te crecen los pelos en las axilas. No te da risa porque sabes que has llegado a cierta edad y ya no puedes regresar. Pero bien; yo estaba jodido porque mi viejo era un inservible y la mayoría de inservibles tenían aquellas pequeñas casas montadas en serie unas sobre otras donde no podías esconderte muy bien de nada. No era la única causa ni la más importante; también me jodía que mi habitación estuviera todas las mañanas con la ventana hacia el Este y que en la televisión hubiera programas deportivos y telenovelas y programas deportivos y telenovelas y programas deportivos y telenovelas y más telenovelas y programas deportivos y anuncios para marcar en caso de necesidad de pizzas, grúas o balones de gas. No temía la calle como a los vecinos. No odiaba la escuela como a los profesores y al resto. Un día llevé el revolver de mi viejo y le apunté a la chica que me gustaba. No sé porqué.
Me expulsaron por una semana y llamaron a mis padres. Mi padre no pudo ir y mi madre faltó al trabajo por ir. Le dijeron muchas tonterías y también que probablemente iba a disparar. Después de eso la chica ya no quiso verme. Tenía catorce años y yo soñaba todas las tardes con el precioso agujero en su culo de catorce años.
Al mes siguiente cumplió quince y de nuestra clase fui el único chico al que no invitó. Esa noche soñé que le apuntaba nuevamente, en plena fiesta, con una Walter P38 muy bonita. Algunos saben que una Walter es siempre un Rolls Royce frente al revolver de cualquier inservible, pero me desperté asustado y puse Miguel Mateos y me quedé bailando con mi sombra en la pared hasta el fin de la noche. Entonces ya era casi Navidad y como no tenía nada que perder corría hasta la casa de la chica.
No había nadie. Nisiquiera un perro. O todos dormían y el timbre no funcionaba. O talvez era simplemente muy temprano para un día tan especial. Juro que iba a contarle mi sueño y ver cómo quedaba nuestra relación después de eso.
Ella tenía aún puesto su vestido de quince cuando volvía a soñar. Tenía también los labios como pintados con un simple brillito rosado. Me dijo: Es en los días de Navidad cuando hace más frío. No entendí: en mi sueño todo se veía como en verano; incluso un poco después estábamos los dos cerca del mar mirando tranquilamente las olas. Era verano con sol y todo lo que lleva y trae un verano aunque pronto noté cierta garúa finita cayendo alrededor de nosotros. No sobre nosotros, sino alrededor, y yo sabía que era un sueño y por el silencio los dos sabíamos que sólo era un sueño así que en mi sueño ninguno de nosotros dijo nada sobre la luna llena y lo inevitable de las mareas.
Me desperté. Con un grito encima. Y me sentí como muriéndome de frío. En el televisor encendido y sin señal la garúa continuaba. No sé qué habría pasado mientras dormía porque mi padre entró enloquecido y rompió mis discos y los fanzines y el único poster de Wendy Orleans Williams que he tenido en la vida. Él gritaba y me gritaba y yo simplemente lo veía destrozar todo.
En Año Nuevo todos nos peleamos un poco como para no perder la costumbre. En el almuerzo el aire estaba tan denso como el puré de manzanas junto a la chuleta de cerdo. A media tarde alguien gritó reclamando que alguien se había comido demasiado durazno en almíbar. Pero nadie reclamó por mí. Nadie me preguntó cómo me sentía.
Dos días después pusieron un coche bomba frente a un banco y casi le dan. Lograron detectarlo, y desactivarlo; justo a tiempo.
Desde más antes ya eran muy escasas las alegrías.
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